el mito y su representacion
El Tiempo Antiguo y Samhain
El tiempo, para los Celtas, como para todas las civilizaciones antiguas, era cíclico.
De hecho, la línea recta de tiempo que crea una progresión de momentos (fugaces) hasta el infinito, fue traída a la Historia por el Cristianismo, cuando el año 0 se fijó con el tiempo de la vida de Cristo. Con esta simple determinación, dos consecuencias sustanciales tomaron forma: la primera fue precisamente la destrucción del concepto de la ciclicidad del Tiempo, porque no importa cómo las estaciones continúen alternandose, Cristo nunca más volverá a la Tierra excepto en el momento del Juicio Final. La segunda consecuencia fue precisamente la creación mental de una dimensión del tiempo que transforma cada momento presente en pasado y lo proyecta en un «lugar» que no existe: el futuro.
También hay quienes sostienen que el progreso en la Historia estuvo marcado por el paso del reloj de sol o de arena (Hombre Antiguo) a la invención del reloj mecánico (finales de 1200), al dispositivo de péndulo (1650), al dispositivo de cuarzo (1929, en medio de la era industrial), hasta al reloj atómico (1946, después de la Segunda Guerra Mundial), y que esto determinó una aceleración exponencial en el crecimiento de nuestra civilización, en detrimento de ese vínculo sagrado que había mantenido la vida del Hombre en la Tierra.
En realidad, todos los estudios sobre el Tiempo como categoría mental desarrollados por filósofos y metafísicos, físicos cuánticos, psicólogos y psiquiatras son muy interesantes.
Las teorías más interesantes son las que sostienen que el Tiempo tal como lo conocemos hoy en día, existe, tiene un significado, sólo porque está «en relación» con nosotros: el presente existe sólo porque está en relación con nosotros, el pasado existe sólo si lo ponemos en relación con nosotros, y lo mismo ocurre con el futuro.
En ausencia de «nosotros», el Tiempo ciertamente continuaría existiendo, pero en su forma auténtica, la forma cíclica de la Alternancia circular y su Evolución en espiral, que asigna a cada ciclo un plano diferente.
Los Celtas vivían en esta dimensión de comprensión del mundo, y la fiesta de Samhain fue la apoteosis de este sentimiento.
La fiesta era su día de Año Nuevo, que duraba tres días y tres noches, que en su calendario equivalían a un día, y en esta ocasión se suspendian las categorías sociales, las funciones y la autoridad. El rey ya no era rey, y su muerte era escenificada ritualmente, y se ahogaba en vino mientras su casa se incendiaba.
Las llamas nos recuerdan el Fuego Sagrado: todos los hogares encendidos en las casas se extinguían, la oscuridad, en esas noches, tenía que ser total y no se permitía a nadie salir de la casa, sólo a los Druidas, que tenían la sagrada tarea de llevar a cabo los correspondientes rituales de Protección de los Vivos y de intercesión para obtener la Prosperidad futura.
Los Druidas, a la mañana siguiente, encendian el nuevo Fuego Sagrado, símbolo de la renovada alianza con la Divinidad, lanzaban mensajes para los muertos a las llamas, y permitian, luego, a cualquiera encender antorchas para reavivar los hogares.
El verdadero significado de esta festividad estaba ligado a lo que hoy llamamos el culto de los muertos. Recordemos que los Celtas creían en la reencarnación, honraban a los héroes y a los antepasados, y creían que volverían a visitar a los vivos en esos tres días de tiempo suspendido, Samhain, durante los cuales la Diosa del Tiempo y la Muerte bajaba su escudo y permitia que las dos dimensiones se superpusieran.
Halloween no era, por lo tanto, una fiesta de terror, sino de memoria ancestral y reconciliación de la Vida y la Muerte. La muerte en sí misma no era vista como una tragedia irreparable, sino como un pasaje que llevaba a los seres queridos «a otra habitación de la casa», anticipándonos por unas décadas a un destino que es inevitable para todo ser humano.
Otro aspecto extremadamente interesante de Samhain es su relación con las estrellas.
Sabemos que el calendario celta tenía una función agrícola -pastoral muy importante, ya que el hombre antiguo tenía que saber exactamente cuándo cosechar la última cosecha, para no ser sorprendido por el invierno y ver sus propios recursos destruidos en el advenimiento del gran frío.
También sabemos que los Druidas lo combinaron con la aparición de fenómenos celestiales. Para algunos estudiosos, en el calendario Samhain correspondía a la ascensión heliáctica de Antares, una de las estrellas más brillantes del firmamento; para otros, con la aparición de las Pléyades en el Cielo.
Ambas conclusiones pueden considerarse válidas, ya que en la Edad de Hierro, entre el 600 y el 500 a.C., Antares se alzaba al este el 1 de noviembre, mientras que en la Edad de Bronce, entre el 3500 y el 1200 a.C., lo hacian las Pléyades.
Recordamos que la Civilización Celta es una de las más antiguas de Europa, y que puede considerarse la continuación de la anterior Civilización Megalítica, por lo que sería correcto pensar en dos hitos celestiales diferentes en dos Edades distintas, teniendo en cuenta también la precesión de los equinoccios y la nutación.
Además, los Celtas se establecieron en toda Europa, lo que significa que, por ejemplo, Antares, al ser su ascenso heliáctico visible sólo en el hemisferio sur, no aparecia en zonas como Suecia e Islandia, donde la llegada de las Pléyades podía tomarse, en su lugar, como referencia.
Otro elemento muy interesante es cómo la propia mitología une a Antares con las Pléyades, a través de la figura del Cazador de Orión.
Antares, de hecho, es la estrella más brillante de la constelación de Escorpio. Y fue realmente un escorpión el animal elegido por la diosa Artemisa para castigar a Orión, culpable de haber rechazado los «avances» de la diosa y de haberse enamorado de las hermosas siete hermanas Pléyades.
El escorpión esperó, por lo tanto, el regreso de Orión de un agotador viaje de caza, y mientras dormía, lo picó hasta la muerte, reservando un golpe mortal incluso a su fiel perro Sirio, que había tratado de defender a su amo.
Zeus, enfadado por la muerte de su héroe, decidió convertir a Orión en una estrella, junto con Escorpio, y luego las Pléyades. Pero por voluntad divina, las estrellas se colocaron a una distancia abismal unas de otras para que Escorpio no volviera a encontrar al mítico Cazador de Orión en su camino.
Así que Antares representa bien el espíritu de Samhain. No por la venganza (recordamos que el mito es griego y no es celta), sino por el concepto de Muerte y Transformación.
Y las Pléyades siempre han marcado el comienzo del año en varias civilizaciones antiguas: aztecas, mayas, incas, lakotas (indios americanos), aborígenes australianos y los maoríes de Nueva Zelanda. Mientras que los Ban Raji (pueblo seminómada que vivía entre Nepal y el norte de la India) creían que cuando las Pléyades se levantaran, podrían ver a sus antepasados.
La creencia de que el Mundo de los Vivos, en una coyuntura de suspensión temporal, se funda con el Mundo de los Muertos, nunca ha sido, por lo tanto, sólo celta, sino transversal.
Recordemos todas las celebraciones que en México se dedican al Día de los Muertos y sus rituales, como el de dejar comida para los muertos en las tumbas. Al igual que los Celtas, que lo dejaban fuera de las puertas de sus casas.
Era el mismo sentimiento de unidad y amor que los Celtas vivian durante su Samhain. Simbólicamente, significaba que un Año Nuevo (un nuevo ciclo) no podía nacer sin la herencia y la bendición de los ancestros, y la benevolencia de su Dios.